A principios de siglo, dice la leyenda, un grupo de agricultores catalanes se reunió para buscar soluciones al excedente de uva de mesa producida aquel año. No podían sacar toda la uva a los mercados, ya les había pasado durante varios años, y se les planteó un problema, porque lo último que querían era volver a dejar uva perdida. Así que idearon una tradición que arraigó en todo el país y les permitió, al final de la campaña del año, un arreón en los mercados para dar salida a una mayor cantidad de uva.
Las doce uvas de la Nochevieja tuvieron un origen comercial, aunque mucho antes de aquel año ya era tradición brindar con mosto de uva recién exprimido en algunos lugares de España para celebrar el año nuevo, lo que además, simbolizaba una oración para que fuera un buen año en los campos. Las doce uvas, una por campanada, una por mes, terminaron por convertirse en el postre de millones de cenas de Nochevieja. Hasta alargaron las campanadas de la Puerta del Sol para evitar que alguien se atragantase comiéndose las uvas.
Ahora, más de un siglo después, la tradición es una de las más seguidas por los españoles. Reunirse a ver las campanadas con las uvas es una de esas estampas familiares imborrables, íntimamente ligadas a la identidad de este país. Desde entonces también las uvas han mejorado, sobre todo, gracias a los cultivos de las diferentes variedades de uvas de mesa sin semilla, como las que se cultivan en los campos del Grupo El Ciruelo, especiales para vivir las doce campanadas sin sobresaltos y disfrutando a la vez de las mejores uvas que ofrece nuestra tierra.